Y hay un largo silencio que todavía no logras entender. Un silencio que no es más que la reacción de mi cuerpo ante la fuerza de algo que se clava en mi corazón, recordándome, una vez más, que no puedo hacer nada, que solo me queda esperar por aquello que probablemente nunca ocurra, porque lo he vivido.
La experiencia me ha enseñado que encontrar a la persona correcta no es lo único que necesitamos para superar a la anterior, a aquella que significó más que nada en el mundo, y que tiene el poder de un momento a otro de aplastarnos o hacernos volar.
Es esa fuerza, ese dolor, ese instante en el que muero un poco por dentro el que me hace entender lo importante que te has hecho. Es en esa precisa situación, cuando la mencionas, de manera tácita, esa conversación que mantenemos sin decir un nombre, sabiendo la sombra que se cierra sobre nuestras palabras. Es en ese momento en el que tu cara de aflicción me demuestra, una vez más que la vida no es tan fácil.
Has de entender que es mentira que un clavo saca a otro clavo, y mucho menos lo reemplaza. Debes comprender que no soy quien para ocupar su puesto, y que probablemente nunca llene sus zapatos, porque, diciéndolo con la misma metáfora, “no me gusta su sentido de la moda”. Es insuperable e inalcanzable, y de repente, sin mucha preparación me llega la verdad, no es que tenga esas características por ella misma, es que tu insistes en atribuírselas, es que te aferras de tal modo que me haces imposible seguir tomando tu mano, porque no las encuentro.
Te aviso que no la puedo reemplazar, no la puedo sustituir, ni mucho menos puedo competir con ella. No me compares porque me duele aunque no lo hagas de manera pública. Deja de hacerme esos cuadros de ventajas y desventajas, semejanzas y diferencias, porque me duele cada vez que entiendo lo que esta ocurriendo.
No puedo competir con ella porque es insuperable, más allá de lo armónica que se hace a primera vista, más allá de su simpatía genérica y su actitud casi plástica, de muñeca nueva cuyas caja no alcanza para resaltar sus cualidades. No puedo llegarle ni a los talones porque la has idealizado de tal manera que no hay espíritu que se le compare, no hay alma que le toque, y eso lo demuestras siguiendo enamorado aún después de todo lo malo.
Seguiré llenando la vida de largos silencios y complicadas explicaciones. Continuaré demostrándote lo neutral que puedo llegar a ser, y dando pie a tu capacidad retórica. Y terminaré por volverme loca un día de estos, en el que finalmente explotare, y te diré que me pareces el tonto más grande del mundo por estar enamorado de semejante monstruo egoísta y malintencionado que solo quiere aquello que se le va, para jugar de a ratos y tener siempre un plan B.