jueves, 23 de julio de 2009

Todo termina donde comienza…

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Esa sensación, aquella necesidad que nace de nuevo después de pasar muerta largo tiempo, ese deseo de compañía, pero no de cualquier tipo de compañía; ese momento en el que deja de ser un instinto básico, para transformarse en un sentimiento complejo.

Aquella noche que lo cambió todo, ese encuentro fortuito que terminó por regresarla años atrás, que rompió con la fortaleza que se había construido. Sin darse cuenta sentía de nuevo, tenía, una vez más, esa necesidad de sentir, de vivir, de seguir levantándose cada día. No hay manera de describir la sensación, una mezcla entre dolor y placer, una combinación entre la decepción del momento y la satisfacción de todo lo que siguió.

Surgieron millones de dudas, incertidumbre y preguntas que no se hacia desde hace años. Sintió como se rompía todo por dentro, y entendió que, después de todo, el dolor es lo que nos demuestra que estamos vivos, que hay algo mal por arreglar, es lo que nos impulsa a seguir para no sentirlo más. Se dedicó a cambiarlo todo, a mutar hacia el ser humano que siempre ha querido ser, quería moldearse a la imagen y semejanza de aquello que era años atrás, cuando sentía, vivía y lloraba.

Todo encajó de repente, una decisión tomada en el momento preciso, una visión de su sitio favorito, su locación de paz, aquel lugar donde había comenzado todo, donde había dejado lo que era para comenzar una nueva vida.

Sintió que todo volvía a su lugar, se dio cuenta del suelo que estaba pisando, reconoció aquel aire y tomó una enorme bocanada para poder disfrutarlo. En medio de aquel suspiro se dio cuenta de que había encontrado todo lo que buscaba, entendió que aquello que le había estado robando el aire era no haberlo compartido, que lo que la atrapaba era el aislamiento y que toda aquella libertad no era más que un intento fallido de buscar protección.

Encontró dentro de si lo que estaba buscando, y fuera de si lo que necesitaba, entendió que no necesitaba a alguien más, sino a quien le hiciera compañía, que no bastaba con la satisfacción, sino que el sentimiento se hacía indispensable, que no es lo que hacía o dejaba de hacer, y comenzó a sentir la necesidad de involucrarse en todo lo que realizaba.

Había encontrado, en aquel sitio donde lo perdió todo, exactamente lo que necesitaba, se encontró a ella misma, a su lugar favorito en el mundo, y a aquello que pedía a gritos sin darse cuenta.

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